Enredaste entre tus dedos las letras de mi destino
y ahora que ya no puedo dejar de escribir tu nombre,
decides marcharte.
Era azul el océano de mis ilusiones, al igual que tus ojos.
Suave la brisa fresca del otoño, como el latir de tu piel
rozando el clamor de mis entrañas.
Engalanando tu rostro, aquella risa tímida que aún me impregna
y oliendo a hojas resecas, el suspiro lejano de tu adiós,
sabiendo a silencio.
Y te alejaste, inundando mis lágrimas de ti,
dejando huellas de tus instantes en todos mis rincones
y una nota llena de garabatos vacíos.
Distinguí mi nombre, seguido de un “ya no te amo”,
escrito con la firmeza de una decisión irrevocable
y un “hasta siempre” que aún resuena en mi desdicha.
Sé que tardaré en olvidarte lo que un náufrago a su tierra,
que me cubrirán otras pieles, aunque mi alma permanecerá desnuda.
Pero sobre todo sé, que cada tanto, al llegar la noche
seguirás enredando entre tus dedos las letras de mi destino,
escribiré tu nombre en mis ensueños y despertaré,
con una lágrima en mis ojos, una sonrisa por lo que hubiera sido
y una profunda ilusión por volverte a ver.
Tu nombre
Por Ignacio Larre