Cuenta la historia que existía un ángel que desde la luna pintaba un edén. Empleando colores infinitos y un pincel de estrellas, daba vida y luz con cada trazo.
Quiso crear al ser más bonito y perfecto, capaz de enamorar, de sorprender, de alegrar, de inspirar. Es así que dio vida a la mujer más hermosa que su imaginación pudiera inventar.
Le dedicó un gran esfuerzo y tiempo, para que cada detalle en ella fuera increíblemente maravilloso. Sus ojos estaban hechos de sol, su piel de la seda más suave y tersa del universo, su cabello era tan reluciente que podía reflejar cada una de las estrellas del cielo hasta el punto de sentir que era posible tocarlas. Su sonrisa contagiaba felicidad a quién pudiera observarla, mientras su voz, su cálida y enternecedora voz, apasionaba y estremecía solo con escucharla.
Tal fue la admiración del ángel sobre su máxima creación, que no pudo contener su inmortal corazón, quedando profunda y ciegamente enamorado de ella.
Comenzó a perder su inspiración creadora, por quedarse horas observándola desde su luna. Percibiendo su perfume, escuchando su dulce canto por las mañanas y anhelando descubrir si realmente era su piel la más suave del universo, cómo él la había concebido.
No podía dejar de pensar en ella, hasta el punto de estar dispuesto a perder su divina inmortalidad solo para estar frente a su figura, ver sus tiernos ojos de sol y tener la posibilidad de sentir un beso de sus labios y acariciar su reluciente cabello cubierto de estrellas.
Le era imposible concentrarse en sus obras creadoras. Sus trazos de pincel ya no eran perfectos. Reflejaban líneas titubeantes, inseguras. Sus distracciones generaban grotescos errores que poco a poco, iban transformando el imaginado edén en un mundo donde las sombras opacaban las luces y la alegría se confundía con serios rasgos de profunda tristeza.
No tardaron las malas noticias en viajar entre galaxias hasta llegar a oídos de Dios, quién al saber que uno de sus más preciados ángeles colaboradores estaba haciendo una mala tarea, se apiadó de él y decidió aparecerse en su luna para conversar, cara a cara.
– Querido hijo mío ¿Qué es lo que sucede? Si he confiando tanto en ti ¿Por qué estás permitiendo que las sombras se apoderen del Edén, si ambos habíamos planeado que se trataría de un lugar perfecto, repleto de luz y cosas buenas? – Le dijo Dios a su amado ángel, con una voz firme pero entrañablemente dulce y comprensiva.
– Padre mío – Contestó el ángel con signos de intensa congoja – Te pido disculpas desde lo más profundo de mi ser. Tú me pediste que empleara mis mejores deseos y me inspirara en ti, para crear un edén sin maldad, sin errores, sin temores. Así había empezado desde un principio, hasta que al crear a aquella perfecta mujer con los mejores valores y virtudes que pudiera inventar, me he terminado enamorando perdidamente. No puede evitarlo y ahora ya es demasiado tarde. Ya no podré continuar con mi labor y mi vida desde ahora ya no tendrá sentido. Te he fallado y merezco el peor de tus castigos.
El rostro de Dios cambió su tenor. Sus ojos se agrandaron, como sorprendidos por tremenda revelación, mientras con su mano derecha acariciaba su larga barba de perfecta y tupida blancura.
Un relámpago cubrió los cielos y la luna se rasgó en dos, aturdiendo de tal manera al ángel que perdió todo sentido de sí, quedando sumido en un profundo y repentino sueño.
Al despertar, no tardó en distinguir que su luna ya no era su hogar. Sensaciones raras recorrían todo su ser. Era dolor. Sentía dolor. Pero ¿Cómo es posible sentir dolor, si eso era propio de los mortales y él jamás lo había experimentado ni lo podría haber experimentado nunca?
Sentía frío, dándose cuenta que estaba prácticamente desnudo a la intemperie, golpeado por un intenso viento que él recordaba haber creado para las épocas invernales que su edén atravesaba.
Se había hecho mortal. De carne y hueso. Tan repleto de humanidad como de sensaciones. Incapaz de inventar pero capaz de sentir desde lo más profundo de su ser, desde su mortal y vulnerable corazón.
Se fue reincorporando sobre sus pies y se sintió tan débil como vivo, tan frágil como feliz. Libre, plena y absolutamente libre de ataduras, sin la presión de tener que ser perfecto ni la obligación de pasar su eternidad inventando un mundo que no podría disfrutar. Ahora iba a ser capaz de aprovechar todo lo que él mismo había creado. Y eso lo hacía el hombre más afortunado del edén.
Sintió una suave y tierna voz desde la lejanía. Tan suave que lo acariciaba sutilmente sin llegar a distinguir si se trataba de una ilusión o de una fantástica realidad.
Era ella, su máxima y perfecta creación de aquellos tiempos en que era ángel. Su voz era inconfundible. Lograba erizar su piel hasta el punto de sentirse tan vivo como seguro de lo que quería.
Se acercó a ella, mirando sus ojos de sol. Con una mano pudo acariciar su reluciente cabello de estrellas y con la otra, apreciar la tersura y suavidad de la piel más delicada que jamás hubiera imaginado. Contenía la suavidad de un universo.
La sonrisa de ella no tardó en contagiar su felicidad en el rostro del apasionado ángel convertido en hombre, que no pudo resistirse ni un instante más en besar sus labios y abrazar su cuerpo temblando de emoción y éxtasis.
El cielo se iluminó, se hizo un profundo silencio en el edén y pudo escucharse la jubilosa y gloriosa voz de Dios rompiendo el silencio.
– Ahora sí, la obra está terminada. Nunca tuve la intención de que crearas un edén perfecto. Mi propósito era que te dieras cuenta, querido amigo, que todos son capaces de crear su propio mundo sólo con imaginarlo y esforzarse. No eres el único, todos los que te rodean también fueron ángeles como vos y si has llegado a esta instancia es porque sin lugar a dudas, aquel amor que ideaste, también te ha ideado a ti. Sé feliz, vive plenamente, y disfruta del mundo real sin ataduras – La voz se alejó, volviendo la calma y el silencio a cubrir el firmamento.
El ángel mortal, mientras miraba a su amada, pudo comprender que siempre hubo algo divino y algo humano dentro de él, al igual que dentro de todos los habitantes. Y que no era el único encargado de formar la realidad del mundo. Todos estaban en su misma situación, a la espera de que sus sueños se hicieran realidad.
El ángel mortal
Si bien se trata de una historia inventada, qué lindo sería si nos diéramos cuenta que todos somos capaces de crear nuestra propia realidad, para hacer de nuestro mundo, no un lugar perfecto, sino un lugar propicio para que todos los sueños puedan concretarse.
Por Ignacio Larre