Te quise tanto como a mi propia vida.
Entre mi alma atrapé tus manos ilusionando jamás soltarlas.
Palmo a palmo, hueso a hueso; fundiste tu inspiración en mis entrañas, impregnándome de ti.
Eras más de lo que podía comprender, incluso en mi inconsciencia.
Más allá de mis abismos, se erguía tu impronta y dónde terminaba mi palidez, aún allí, seguías brillando.

Te quise tanto, que aprendí a necesitarte. Respiraba de tu aroma, me abrazaba a tus suspiros; y cuando el invierno parecía querer quedarse, tu refugio me encontraba a salvo.
Arropado de tonterías, desnudabas mi esencia; y dejando mi corazón al descubierto, me sentía auténtico.

Te quise tanto, que por primera vez comenzaba a gustarme esta historia.
No era de cuento, pero era feliz. Y en su encanto podía olvidar aquello que, alguna vez, supo ser mi infierno.
El miedo ya no asustaba; el dolor ya no era de muerte; y la fuerza, impensada en otros tiempos, se hacía carne entre mis venas.

Te quise tanto, que cuando te fuiste fui incapaz de despedirme.
Sabía que detrás de ti, se iba mi mundo; pero no pude más que mirarte a los ojos y observar en su brillo mi último recuerdo.

Te quiero tanto, que fingir que eres pasado, no es más que una utopía.

Te quise tanto
Por Ignacio Larre